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jueves, 4 de septiembre de 2008

Francisco y Nikos Kazantzakis

La vida de Francisco fue el último testimonio que el escritor griego nos dejó antes de su muerte.

El prólogo que para "El Pobre de Asís" escribió Nikos Kazantzakis me ha llegado como una declaración de amor a lo que estaba haciendo, a lo que aspiraba con sus palabras, a lo que aspiramos. 

El prólogo es breve. Lo traduzco entero:

Si he dejado de lado muchas de las palabras y los hechos de Francisco, y si he cambiado otras, e incluso si he añadido otras palabras o hechos que no fueron pero podían haber sido, no lo he hecho por ignorancia ni por falta de respeto, sino por mi necesidad de acercar, tanto como me sea posible, desde la esencia, la vida y el mito del santo.

El arte tiene este derecho; y no sólo el dereecho, sino también el deber: someterlo todo a la esencia. Se alimenta de la historia, la mimetiza lenta, dolorosamente, y la hace fábula.

Amor y admirción hacia el héroe y mártir me agarraron mientras escribía esta fábula, más verdadera que la verdad misma. A menudo, lágrimas gruesas caían sobre el manuscrito y lo manchaban. A menudo, una mano con una herida eternamente renovada, como si la hubieran traspasado con un clavo, como si la traspasaran eternamente, pasaba por el aire ante mí. Sentía  a mi alrededor, por todas partes, mientras escribía, la presencia invisible.

Porque para mí San Francisco es el modelo del guerrero, que en la lucha más dura y sin final prevalece para cumplir con el más elevado deber del ser humano, aún mayor que la ética y que la verdad y que la belleza: transmutar la materia que Dios le ha confiado, y convertirla en espíritu.



Excomulgado, Kazantzakis, a su muerte, no pudo ser enterrado en campo santo. Su tumba en la ciudad de Heraklion está hecha por dos remos y el siguiente epitafio: "No espero nada / No temo nada / Soy libre".

 

Del capítulo 1 de "El Pobre de Asís"

Más palabras de Kazantzakis. Habla Frate Leone, el compañero de Francisco de Asís:

Yo, Padre Francisco; yo, que tomo hoy, indigno, la pluma para escribir tu vida y tus hechos, era, recuerdas, un mendigo miserable y feo el día de nuestro primer encuentro. Miserable y feo, hirsuto el pelo de la nuca a las cejas, cubierto el rostro de barba, con el miedo en mi mirada; que no hablaba, balaba como un cordero. Y tú, p
ara burlarte de mi fealdad y mi bajeza, me apodaste Frate Leone, hermano León. Pero cuando te conté mi vida, te echaste a llorar, me abrazaste, me besaste y me dijiste "perdóname, frate Leone. Te llamé León para burlarme de ti, pero ahora veo que eres un verdadero león, y lo que persigues sólo un león verdadero se atreve a perseguirlo".

Yo iba de monasterio en monasterio, de aldea en aldea, de desierto en desierto, en busca de Dios. No me casé, no tuve hijos porque buscaba a Dios. Tenía un pedazo de pan y un puñado de olivas en la mano, estaba hambriento y me olvidaba de comer porque iba en busca de Dios.

Se me secó la garganta de tanto preguntar; se me hincharon los pies de tanto caminar. Me harté de llamar a las puertas para mendigar, primero, mi pan; después, una palabra de bondad; y luego, la salvación. Todos se burlaban de mí y me llamaban mendrugo, me zanandeaban, me expulsaban; yo había llegado al borde del abismo, no podía más, empezé a blasfemar, me cansé de todo... Soy un ser humano, después de todo, me cansé ya de andar, de pasar hambre, de pasar frío, de llamar a la puerta del Cielo y de que no me abriera. Y entonces, en el colmo de la desesperación, Dios me tomó de la mano, Padre Francisco, y te tomó a ti también de la mano, y nos encontramos.